Es tan necesario que abandonemos el inmaduro y reactivo victimismo y empecemos a comprometernos proactivamente con nuestro desarrollo personal, alcanzando la excelencia en lo que sí depende de nosotros: la actitud que tomamos frente a las circunstancias. En vez de quejarnos de las cosas que nos pasan o del comportamiento de los demás, podemos mirarnos a nosotros mismos y ver qué aprendizaje se nos está escapando. Al fin y al cabo, vivir conscientemente consiste en aprovechar las diferentes experiencias de la vida para aprender a ser feliz por uno mismo, aceptando a los demás tal como son y lo que nos sucede tal como viene. Las personas conscientes son las que han convertido este reto en su estilo de vida.
El sistema no promueve la felicidad de los individuos porque lo externo es una proyección del estado interno de la mayoría, que hoy por hoy se siente profundamente insatisfecha. Así, la psicología es la que crea la economía. Y lo cierto es que ahora mismo está orientada a aliviarnos de este malestar por medio del trabajo, el consumo y la diversión, que en muchas ocasiones es un eufemismo, una cortina de humo que oculta una realidad bastante común: al no saber cómo funciona nuestra mente y de qué manera podemos dirigir conscientemente los pensamientos, utilizamos la evasión y la narcotización para no hacernos frente. Pero escapar y huir de nosotros mismos es el problema, no la solución.
El sistema, aunque sí que nos influye, no es lo que nos transforma; somos nosotros, mediante el cambio y la evolución de nuestra conciencia, quienes podemos transformarlo. El cambio de mentalidad de la mayoría es lo único capaz de producir una transformación radical de lo externo. En este sentido, el conocimiento de uno mismo es el principio de la sabiduría y, por lo tanto, el comienzo de la transformación. Asumir este compromiso, viendo de qué manera podemos hacernos frente para estar mejor con nosotros mismos, es la base de nuestra responsabilidad individual. Lo que necesitamos es vivir un cambio de paradigma colectivo, que nos lleve a centrar nuestra mirada en nuestro interior, recuperando el contacto con lo esencial, con lo que nos une, con lo que lleva de paz y amor nuestros corazones, con lo que da sentido a nuestras vidas.
Para cambiar nuestra conducta y nuestra percepción de la realidad, primero hay que transformar nuestra manera de pensar. Y para lograrlo, cada uno de nosotros debe irremediablemente vencerse a sí mismo, superando cualquier tipo de miedo y trascendiendo el egoísmo y el egocentrismo, es decir nuestra ignorancia e inconsciencia.
Al conquistar nuestra mente, descubrimos nuestra dimensión espiritual, que nada tiene que ver con la religión, sino más bien con un profundo cambio en la manera de ser y de percibir el mundo, menos ignorante y subjetiva y mucho más sabia y objetiva. Se trata de darse cuenta de lo que les hacemos a los demás nos lo hacemos a nosotros primero. Gracias al auge de la conciencia, todo lo que no genere bienestar en las personas caerá por su propio peso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario